ENTELEQUIA
Mi infancia fue algo insólita.
Recuerdo bastante poco de mi existencia en aquella época en la que de no ser
por la fantasía; no me encontraría aquí; soltando estas palabras. Nunca fui de la simpatía de los otros niños,
desde pequeño soy bastante distraído. Cualquiera podía ver mi cuerpo allí,
sentado en una banca hasta el fondo de un salón aparentando escuchar la clase
de historia todas las mañanas, tal vez matemáticas.
Mi rendimiento escolar era
infructuoso, no recuerdo a mis padres decir que yo era “su orgullo”, ni a mis
tías, ni a mi abuelo… A nadie realmente. Fui muy poco compatible con el resto,
supongo que nací destinado a ser el adulto ridículo y estrafalario que soy
ahora. Tenía familia y asistía a un colegio, pero jamás me sentí parte de nada.
Era como si fuera el único engrane que no encajaba en la cajita musical que
emitía la melodía que a todos les era complaciente oír. A todos, menos a mí.
Mi caso quizás fue de los más
singulares, no puedo decir que eso evitó que hiciera amistades, principalmente
una que me marcó desde su origen. Lo he comentado con algunas personas, sólo
que todas ellas creen que “sólo fueron sueños”, pero ¿y si no? Algunas veces estos
se sienten muy reales, tan reales que te confunden, sientes que estuviste ahí,
sea bueno o malo y despiertas envuelto en emociones; miedo, tristeza, alegría,
qué se yo. Estamos tan acostumbrados a vivir en una “realidad”, que puede
resultar absurdo pensar que hay muchas otras.
Cuando la conocí, habré tenido
escasos 9 años. Ese día llovió pero aun así decidí volver a casa caminando, de
repente sentí un escalofrío y juré haber escuchado risas, pero al voltear hacia
atrás vi que nadie me seguía. La lluvia había menguado, las avenidas nuevamente
se mostraban pacíficas, pero otra vez oí esas risas acompañadas ahora de pasos.
Me detuve y de nuevo busqué a quién pudiera estar interesado en seguirme, pero
sin respuesta alguna; con cierta desilusión y ligeramente azarado continué mi
caminata.
Casi llegando al pórtico de mi
hogar, tropecé justo enfrente de un charco. Sólo mis dedos tocaron el agua, aún
caían gotitas del cielo. Miré hacia mis pies y vi mi cordón desatado, después
volteé a observar el charco. Noté un cielo celeste y nubes
blancas, pero era un reflejo equivocado porque lo que estaba sobre mí, sólo era
gris. Anonadado retrocedí, amarré mi agujeta y me aproximé de nuevo al charco,
ahora todo era gris, preciso y correcto. Comprendía muy poco lo que estaba
sucediéndome, corrí sin detenerme hasta la puerta de mi casa.
Sofocado, oí
ronquidos en la habitación del fondo, mi padre se había dormido sobre el viejo
diván y lucía muy cansado. La mano de mi madre me tocó el hombro derecho; el
almuerzo estaba listo y yo debía cambiar mi ropaje.
Entré a la cocina por un poco
de agua, la tetera comenzó con ese ruido que tanto detestaba. Apreté los
dientes y me disfracé de quejumbroso, pero al retarla con los ojos, parecía que
el tiempo se detenía y toda figura en mi entorno se distorsionaba. La tetera
dejó de “chillar” y se reía dulcemente; lento y tierno. Después todo volvió a
la normalidad, mi madre entró a la cocina y la retiró del fuego.
Volteó intrigada por mi
apariencia deslumbrada y preguntó:
- ¿Qué pasa?
- No lo sé.
- ¿Qué tienes?
- Frío, curiosidad, y un poco de hambre.
Extrañada pero sonriente me
envió a mi alcoba a mudar de ropa, prometiendo a mi regreso tener todo listo para
la merienda. El resto del día fue ordinario, tanto que decidí dormir un poco
más temprano a mi costumbre.
La casa de mis padres era
pequeña pero me gustaba, bonita. La alfombra era oscura, los escalones
rechinaban y eran de madera roja. Las paredes pálidas, con flores y algunos
cuadros sobre ellas. En el pasillo que dirigía a mi habitación había un espejo
viejo sobrepuesto a medio trayecto. Siempre que pasaba junto a él, acostumbraba
verlo, saludando 3 segundos mi reflejo, pero esa noche lo que vi fue algo
distinto. Tres segundos en “Entelequia”. Al instante no supe dónde era, pero
cuando fui reconocí el paisaje; precioso.
Cerré la puerta de mi pieza y
apagué la luz para meterme a la cama, no pensé conciliar el sueño tan pronto.
Era como si todo hubiera estado arreglado, mi cabeza tocando la almohada y en
menos de un minuto, mis ojos pesaban y mi mente se sedaba, así pasó, así la vi
por vez primera. A esas personas de las que les hablé al principio les conté
sobre Entelequia, pero a mi amiga de ojos y labios rosas jamás la mencioné.
¿Han conocido alguna persona de ojos color rosa? Así de extraña era Espinela, y
puedo decir que este será; el único relato sobre ella.