martes, 28 de enero de 2014

EL ÚNICO RELATO SOBRE ELLA




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ENTELEQUIA


Mi infancia fue algo insólita. Recuerdo bastante poco de mi existencia en aquella época en la que de no ser por la fantasía; no me encontraría aquí; soltando estas palabras.  Nunca fui de la simpatía de los otros niños, desde pequeño soy bastante distraído. Cualquiera podía ver mi cuerpo allí, sentado en una banca hasta el fondo de un salón aparentando escuchar la clase de historia todas las mañanas, tal vez matemáticas.

Mi rendimiento escolar era infructuoso, no recuerdo a mis padres decir que yo era “su orgullo”, ni a mis tías, ni a mi abuelo… A nadie realmente. Fui muy poco compatible con el resto, supongo que nací destinado a ser el adulto ridículo y estrafalario que soy ahora. Tenía familia y asistía a un colegio, pero jamás me sentí parte de nada. Era como si fuera el único engrane que no encajaba en la cajita musical que emitía la melodía que a todos les era complaciente oír. A todos, menos a mí.

Mi caso quizás fue de los más singulares, no puedo decir que eso evitó que hiciera amistades, principalmente una que me marcó desde su origen. Lo he comentado con algunas personas, sólo que todas ellas creen que “sólo fueron sueños”, pero ¿y si no? Algunas veces estos se sienten muy reales, tan reales que te confunden, sientes que estuviste ahí, sea bueno o malo y despiertas envuelto en emociones; miedo, tristeza, alegría, qué se yo. Estamos tan acostumbrados a vivir en una “realidad”, que puede resultar absurdo pensar que hay muchas otras.

Cuando la conocí, habré tenido escasos 9 años. Ese día llovió pero aun así decidí volver a casa caminando, de repente sentí un escalofrío y juré haber escuchado risas, pero al voltear hacia atrás vi que nadie me seguía. La lluvia había menguado, las avenidas nuevamente se mostraban pacíficas, pero otra vez oí esas risas acompañadas ahora de pasos. Me detuve y de nuevo busqué a quién pudiera estar interesado en seguirme, pero sin respuesta alguna; con cierta desilusión y ligeramente azarado continué mi caminata.

Casi llegando al pórtico de mi hogar, tropecé justo enfrente de un charco. Sólo mis dedos tocaron el agua, aún caían gotitas del cielo. Miré hacia mis pies y vi mi cordón desatado, después volteé a observar el charco. Noté un cielo celeste y nubes blancas, pero era un reflejo equivocado porque lo que estaba sobre mí, sólo era gris. Anonadado retrocedí, amarré mi agujeta y me aproximé de nuevo al charco, ahora todo era gris, preciso y correcto. Comprendía muy poco lo que estaba sucediéndome, corrí sin detenerme hasta la puerta de mi casa. 

Sofocado, oí ronquidos en la habitación del fondo, mi padre se había dormido sobre el viejo diván y lucía muy cansado. La mano de mi madre me tocó el hombro derecho; el almuerzo estaba listo y yo debía cambiar mi ropaje.

Entré a la cocina por un poco de agua, la tetera comenzó con ese ruido que tanto detestaba. Apreté los dientes y me disfracé de quejumbroso, pero al retarla con los ojos, parecía que el tiempo se detenía y toda figura en mi entorno se distorsionaba. La tetera dejó de “chillar” y se reía dulcemente; lento y tierno. Después todo volvió a la normalidad, mi madre entró a la cocina y la retiró del fuego.

Volteó intrigada por mi apariencia deslumbrada y preguntó:

     - ¿Qué pasa?
     - No lo sé.
     - ¿Qué tienes?
     - Frío, curiosidad, y un poco de hambre.

Extrañada pero sonriente me envió a mi alcoba a mudar de ropa, prometiendo a mi regreso tener todo listo para la merienda. El resto del día fue ordinario, tanto que decidí dormir un poco más temprano a mi costumbre.

La casa de mis padres era pequeña pero me gustaba, bonita. La alfombra era oscura, los escalones rechinaban y eran de madera roja. Las paredes pálidas, con flores y algunos cuadros sobre ellas. En el pasillo que dirigía a mi habitación había un espejo viejo sobrepuesto a medio trayecto. Siempre que pasaba junto a él, acostumbraba verlo, saludando 3 segundos mi reflejo, pero esa noche lo que vi fue algo distinto. Tres segundos en “Entelequia”. Al instante no supe dónde era, pero cuando fui reconocí el paisaje; precioso.

Cerré la puerta de mi pieza y apagué la luz para meterme a la cama, no pensé conciliar el sueño tan pronto. Era como si todo hubiera estado arreglado, mi cabeza tocando la almohada y en menos de un minuto, mis ojos pesaban y mi mente se sedaba, así pasó, así la vi por vez primera. A esas personas de las que les hablé al principio les conté sobre Entelequia, pero a mi amiga de ojos y labios rosas jamás la mencioné. ¿Han conocido alguna persona de ojos color rosa? Así de extraña era Espinela, y puedo decir que este será; el único relato sobre ella.





viernes, 17 de enero de 2014

Lo que significas para este corazón.

Eres tú;
motivo y causa.
Hecho y consecuencia,
eres místico atractivo.

Singular combinación 
entre lo espléndido y lo tétrico.
Siendo yo aquella experiencia, 
que a tu lado es novatada.

Basta verte unos minutos, 
para abordar el vagón de la ilusión.
No hay vista más
magnífica que la de tus ojos.

Ni palabras más honestas, 
que estas que te vengo a regalar,
aunque tú nunca las leas,
las suspiro recorriendo tu forma.

Esto no es carta formal,
mucho menos un poema.
Esto es sólo un poco de lo que 
deploro por tu boca.

Me transportas al otro lado
de La Tierra.
Me desbaratas con tu sonrisa
y es una pena que desconozcas tu poder.

Espero contemplarte en otra 
tarde invernal.
Después de todo;
eres más que un mal capricho.

Eres mi fobia, 
sí...
Pero también mi 
FANTASÍA.



martes, 7 de enero de 2014

El gato.

Apenas cae la media noche y se aparece. Despierta de ese pequeño sueño de inanimadas compañías y caricias rosas. Cualquiera pensaría que ese gato es pesadilla, palabra, leyenda, estornudo. Para mí fue compañía.
Se levanta, camina, se agacha, se estira... Después corre, salta, baja, hace lo quiere, nadie lo escucha. El gato es un fantasma que maúlla haciendo coros al viento. Los grillos entre los arbustos algunas veces le ayudan.
En ocasiones tiene sed, otras hambre. Busca agua y comida, después recuerda que no las necesita. Su pelaje cae al suelo, ahí desaparece y reaparece en su cuerpo. Algunos creen que su inicio es la nariz, pero es una equivocación; el gato empieza por la cola.
Le faltan los dos ojos, pero puede verlo todo. No tiene un cerebro, tampoco un corazón, pero piensa y siente.
No tiene nada, pero es dueño de todo; de la música, de las luces, de los actos, de todo lo que la luna ve y escucha desde lo alto. El gato lo sabe todo, incluso lo que ella desconoce.