Hace ya muchos años, en un poblado lejano cuyo nombre nunca pude recordar; vivía inscrustado a la fértil tierra, un misántropo espantapájaros.
Durante mucho tiempo, las parvadas de cuervos trataron de acercase a las cosechas que el espantapájaros tenía a su cuidado. Cada intento era fallido, pues todos los cuervos sentían miedo de aquel ente de apariencia regañona y vestimenta lúgubre.
- ¡Largo de aquí! ¡Fuera! - Gritaba enfurecido el espantapájaros si algún ave intentaba aproximarse a sus dominios. - ¿Es que acaso no me han escuchado? ¡Largo, dije largo!
Los alaridos de aquel amargado ser de trapo, paja y madera, dejaban despavoridos a los cuervos, que con el transcurrir de los días, se acercaban menos a esos horrendos territorios.
Jamás se habían topado con uno tan odioso, los cuervos sentían que este era el espantapájaros más aterrador que habían conocido, y cuando el miedo los dominó totalmente; decidieron que aquella siembra estaría prohibida y fuera de sus límites por siempre. No querían arriesgarse a ser lastimados por ese monstruo.
Cuando al fin se hallaba solo, el espantapájaros observaba melancólico las puestas de sol, deseando el amor invadiendo su cuerpo, dejándose acariciar por el viento, pero sin sensación alguna. Al caer la lluvia, no le extasiaba sentir las gotas recorriendo su figura, y el alma dolida; le recordaba que era un ser mal visto y frívolo, sin derecho a sentir, a amar, a amistar, o a moverse... Ese era su destino.
Una noche fresca, un cuervo perdido y cansado llegó a los terrenos del espantapájaros. Desconcertado por la acción de aquel oscuro volador, el espantapájaros gritó con gran irritación:
- ¡Largo de aquí! ¡Fuera! ¿Es que acaso no me has escuchado! ¡Largo, dije largo!
Las palabras del espantapájaros hicieron temblar a los árboles, que comenzaron a tirar sus hojas. El cuervo lo observó con lástima, y voló al árbol vecino, que se hallaba aterrado.
El cuervo relajado, se ocultó entre las hojas de aquel viejo árbol, mientras veía como el espantapájaros estallaba en llanto. Miró como observaba a la luna mientras notaba en esos ojos de botón, el deseo de moverse y de ser libre y bueno. El ave conmovida, se había enamorado de aquel ser brusco y solitario.
El cuervo comenzó a cantar, el espantapájaros notó que jamás se había ido y con mirada de rechazo y cansancio, le preguntó:
- ¿Por qué no te has ido, cuervo tonto? ¿Es que acaso no me tienes miedo?
El cuervo negó con la cabeza, explicando al espantapájaros que no podía sentir miedo de lo que aún desconocía.
Abrió sus alas y se inclinó. El espantapájaros asombrado veía como el cuervo se acercaba nuevamente, pero ya no tuvo ganas de gritar.
- ¿Por qué eres tan infeliz?
- ¿Y por qué es que tú estás tan solo?
- Quise irme, volar a hacia otros sitios.
- ¿No se supone que los cuervos vuelan juntos?
- Soy un cuervo diferente.
- Puedo decir que eso es verdad, eres el único que no me tiene miedo...
- ¿Por qué no te escapas de aquí? ¡Huir de lo que creen que es tu destino! ¡Formarte un propio! Eso hice y soy feliz...
En el rostro del espantapájaros se vio reflejada una impactante tristeza.
- Yo no puedo moverme de aquí, porque yo no siento, porque todos me temen, nadie quiere estar cerca de mí... Quisiera ser un ser cálido, pero estoy hecho de tela y disgustos, jamás podré sentir que tengo vida.
El cuervo enamorado, enterró sus pequeñas garras a su pecho y con el pico y movimientos bruscos, logró sacarse el corazón y colocarlo en el pecho del espantapájaros.
Los árboles nuevamente se sintieron aterrados, las estrellas y la neblina, también fueron testigos. El cuervo había muerto a un costado del espantapájaros. Quien por vez primera, sintió escalofríos entre las corrientes de aire.
El espantapájaros tuvo el corazón que siempre quiso... Y cuando el cuervo cerró los ojos, se desvaneció como si fuera polvo.
El espantapájaros desenterró sus pies de la tierra, buscó sin éxito el cadáver de aquel cuervo y en señal de gratitud, se quitó el sombrero.
Llevaba el ropaje cubierto de sangre, y un corazón cálido latiendo en su pecho. El cuervo se había convertido en estrella.
El espantapájaros la contempló con inmensa admiración. Mientras el cuervo enamorado, se había condenado a cuidarle por siempre desde lo más alto del cielo. Manifestándose cada noche y amándole por toda la eternidad.