jueves, 28 de noviembre de 2013

Cuando le veía...

Cuando le veía me temblaban las piernas,
se me erizaba la piel, 
se dilataban mis pupilas,
y ambas manos me sudaban.

Sentía calambres en los brazos,
la sangre fluía con violencia dentro de mí,
se sonrojaban mis mejillas y
los pies me traicionaban al andar.

Cuando le veía, 
mis labios se entumían, 
congelados tiempo antes de que
se aproximara a darme un dulce beso.

Me veía al borde de la
taquicardia.
Me consumía un calor inexplicable,
seguido de infieles escalofríos.

Se me adormecía la mente,
el estremecimiento era sobrecogedor;
aunque a su vez muy
placentero.

Los arranques me devoraban,
sentía que mi espíritu ardía en la hoguera.
Me llenaba de impaciencia.
El nerviosismo era indomable.

Cuando le veía,  el tiempo no existía.
Por dentro la histeria me conquistaba,
pero mi cuerpo era tan desleal 
que sólo le admiraba y le observaba los lunares.

Era como un híbrido de
intranquilidad y de armonía.

Cuando le veía...
Lo sentía el rey del mundo,
el creador de mi entusiasmo, 
el amor de mis horas y recuerdos,
el dulzor de mi café,
la razón de mis poesías.

Pero ahora que le veo,
mi respiración ya no se agita. 
Ya no siento el frenesí...
Me apodero de la calma.

Mi alma está tranquila.
La pasividad arriba en mi pecho.
Ya olvidé su punto débil.
Y hasta desconozco la textura de su pelo.

Pero cuando le veía,
al menos sentía que estaba viva.


Me sentía con mil motivos...

Y ahora que le veo y no siento nada...
quisiera volver 
a perder los estribos. 



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