martes, 26 de abril de 2011

Si lo deseas así... niégale tu lucha al inverno, pero no culpes a nadie cuando sientas un infierno.

En alguna ocasión de una época que no recuerdo… yo soplaba sobre las ramas de un viejo arbusto.
Un esbelto bombyx mori le posaba a la luz de la luna, regalándo su silueta a la sombra.
Tenía miedo... sí, pero sus miedos acabaron al observar su semblante por aquella ventana empañada de invierno.
El bombyx mori estaba impresionado.
El arbusto que era viejo se creía muy sabio.
“No te equivoques”, piensa, lo digo por experiencia…
Al bombyx mori no le importo y comenzó a tejer este gusano de la seda un hermoso vestido para ella, a quien miraba todas las noches cuando se sentaba en aquella silla frente a la fogata y que se transparentaba por aquel ventanal.
Pasaban los días y el invierno era mas crudo, podía verla poco pues el cristal se vestía entre nieve.
Él… él solo vencía el frío, tardo exactamente un invierno, sí... 60 y tantos días en terminar aquel vestido.
Su máxima ilusión era vérselo a ella puesto.
El arbusto se celaba.
“No te equivoques”, piensa, lo digo por experiencia… yo sentí lo mismo que tú alguna vez.
-       ¿Y tú qué hiciste para ganar su cariño?
-       Florecí y ahora estoy marchito…
Se abrió la puerta y ella fue hacia el vestido.
Lo recogió tan ilusionada, era excelso. Observó a todos lados para encontrarle dueño alguno y nada. Era suyo... un regalo en secreto… observó al bombyx mori y el gesto de su cara cambió. Se quitó un zapato, el gusano se aflijia de no haber conseguido ni con tanto esfuerzo aquel cariño. El sizañoso arbusto se decepsionaba por segunda vez de aquella falsa ingrata. El bombyx mori dijo adiós, fue tanta la tristeza del momento que murió… porque ni el frío del crudo inverno había podido matarlo.
Ella acerco su zapato, para meter al bombyx mori que ya se hallaba muerto, pero cuando lo notó no le quedaba más remedio.
Una lágrima de mujer baño su pequeño cuerpo, él en otro mundo ya se sentía querido, lo había logrado, y podía ser admirado siendo un dije al pecho de aquella hermosa mujer que de culpa sentía un gran despecho, por no haber sabido obsequiar su querer... se sentía ciega, y sí...  soledad el espejo refleja.



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